Adrián entra a su Facebook. Revisa las solicitudes
de amistad. Son unas cuantas personas que solicitan hacerse su amigo.
Revisa a cada uno detenidamente porque no acepta a personas que no conoce.
Entre esas personas sobresale una chica. Una chica del pasado a la que no ha
perdonado y sin embargo ella cree que puede amistarse con Adrián. ¿Qué pasó con
esa chica a la que Adrián recuerda claramente y no ha podido perdonar?
Adrián, cuando cursaba el quinto año escolar, tuvo un
altercado con esta chica. Se había sentado en una silla cuando todos salían a
su tiempo libre. Adrián acostumbraba a quedarse en el salón en ese momento. No
sabía de quién era ese puesto. En esa silla había una agenda (era, seguro, de
alguna de las chicas del salón que solían usar agendas coloridas).
Inocentemente Adrián abrió esa agenda que le llamó la atención y la cerró
inmediatamente.
Todo estaba en orden hasta que se acabó el tiempo libre.
Todos entraron al salón, cada uno se colocó en su puesto. La clase de geografía
ya había empezado, entonces saltó de su puesto Dariana Ortencio, reclamando un
dinero que se le había perdido y que se encontraba (supuestamente) en aquella
agenda colorida que Adrián tuvo la curiosidad de abrir. Estaba molesta, no
comprendía cómo pudo habérsele perdido el dinero que tenía guardado
descuidadamente en esa agenda. La profesora quedó muda. Mientras tanto, Dariana
Ortencio seguía inquieta,
buscando entre las páginas de la agenda sin encontrar nada. De repente señala a
Adrián, asegurando haberlo visto sentado en su puesto y abriendo su agenda
antes de que saliera a su tiempo libre. La profesora seguía muda. En efecto,
Adrián estuvo sentado en ese puesto que no era el suyo y abrió, inocente y
curioso, esa agenda buscando nada ni encontrando nada. Quedó pasmado, atónito,
porque en pocas palabras Dariana Ortencio lo acusaba de ladrón, de haberle
hurtado aquel dinero que, dudosa e improbablemente, ella había guardado en
aquella agenda. De inmediato le dice a Adrián, con voz despótica que se lo
tiene que pagar, asegurando que fue él quién hurtó ese dinero. Adrián se
enfada, no soporta el hecho de que lo acusen en público, abochornándolo y
dejándolo como un auténtico ladrón ante sus demás compañeros. Qué pensarían: el
extranjero ladrón, peruano tenía que ser, para eso invaden nuestro país. Coño, seguro
yo vengo al colegio a robarme el dinero de esa gorda insoportable, qué se ha
creído, pensaba Adrián mientras Dariana Ortencio, sañuda, lo seguía acusando
como si fuera un vil ladrón de colegio.
Lo que más enfureció a Adrián fue
escuchar a su consejera advertirle acerca de que tenía que pagar ese dinero. Se
rehusaba a pagarlo. Era una injusticia atroz la que cometían con él. Alegaba
que Dariana Ortencio podía habérselo gastado en otras cosas ajenas a la que se
dirigía ese dinero (era un dinero de la madre que tenía que llevar de regreso).
¿Qué hacía Dariana Ortencio paseando una cantidad de dinero que no era el suyo,
metido en una agenda y llevándolo al colegio? A Adrián le parecía absurdo, no
confiaba en las palabras de esa chica. Tenía la plena seguridad que se quería
pasar de viva y recuperar el dinero a costas de otra persona habiendo podido
perder el dinero en otro lugar.
Otra cosa que disgustó a Adrián fue
cuando el salón acordó reunir el dinero y devolvérselo a Dariana. Le hervía la
sangre de pensar que Dariana Ortencio se saldría con las suyas, que con esa
recaudación, de modo alguno, aceptaran que Adrián era un ladrón y que se
solidarizaban con él para devolverle el dinero paz y salvo a la gorda fofa e
insoportable de Dariana Ortencio.
Unos días después, ya recaudado el
dinero, la consejera llamó a su escritorio a Adrián. Le explicó que ese día
llegaría la madre de Dariana Ortencio y el tendría que dar la cara y devolver
aquel dinero con sus propias manos. La puta que la parió, si antes me acusaban
y pensaban que era un ladrón, ahora esta profesora de mierda me está
asegurando, con su genial idea, que lo soy y que tengo que dar la cara, pensó
Adrián. No, profesora, entréguelo usted. Yo no me robé nada y no tengo que dar
ninguna cara. La señora me llamó y quiere hablar con usted, Prellwitz. No tengo
nada que hablar con esa señora. Ya llegó, coge el dinero y acompáñeme. No cogeré nada. La consejera le
entregó el dinero en nombre del alumno Adrián Prellwitz a la madre de Dariana
Ortencio. Cuando Adrián oyó eso le dieron ganas de dos cosas: o se tiraba él
del balcón del segundo piso en donde se encontraban o tiraba a la profesora. La
empezó a odiar desde ese preciso instante. Adrián se sentía humillado, oía unas
palabras sin sentido de la madre y no aceptaba verse como un ladrón. Otra vez
lo habían humillado. En ese momento odió a todos en esa escuela. No se merecía
tal bochorno innecesario e injusto.
Adrián volvió a revisar las
solicitudes de amistad e hizo una pausa en el nombre de Dariana Ortencio. La
rechazó, declinó de ser su amigo. Ni en esa red social podía verse como amigo
de la chica que lo había humillado ante todos en el colegio. Pero Adrián, no
evitó enviarle un mensaje privado, que nunca tuvo respuesta alguna: no te he
perdonado.
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