Cosas que pasan


I

Estoy en la parada de metrobuses. Una señora de avanzada edad me ha reconocido. Me sonríe. Yo no entiendo por qué el gesto, supongo que es porque siente que necesito una sonrisa debido a que no ando con buena cara y ella cree poder cambiármela. Asiento y también le sonrío.                                                                                                      
—¿Cómo te va? — pregunta ella como si me conociera de toda la vida.  
—Muy bien, —miento, —nunca estoy «muy bien».
—¿Ya saliste de la academia?—pregunta segura de que yo he estado en alguna academia.
—Sí, hace tiempo, —no miento. —Me ha hecho recordar que yo estuve en una escuela privada llamada La Academia y en efecto me salí de ahí hace mucho tiempo porque no me gustaba.  Lo que ciertamente no recuerdo es haber visto a esa señora nunca . Ni como profesora de alguna materia aburrida de las tantas que daba ni como la directora de la escuela y menos como madre de alguno de mis compañeros porque no conocía a ninguna madre. Por suerte ha llegado el metrobús y la señora por alguna razón no ha subido. Espero tener la misma suerte de no volvérmela a encontrar, porque todo el camino me he estado preguntando como es que no logro recordarla y ella a pesar de su avanzada edad me recuerda claramente.

II

Estoy en el banco acompañando a mi papá a depositar un dinero. Me siento en uno de esos tres muebles, que por cierto son muy cómodos. Me pongo a leer el periódico que mi papá me ha dado para sostener mientras realiza el depósito. Estoy leyendo, caigo fortuitamente en la sección de espectáculos, mientras en frente mío un señor de bigote prominente camina inquieto de un lado a otro un poco inquieto. Deja de caminar, se para al lado mío y asoma su cara con gran imprudencia a ver lo que leo.
—¿Esa es Sandra?— pregunta viendo a una mujer en el periódico con una ropa sugerente, pintoresca,  con pinta de bailarina.  
—No sé, no conozco a Sandra, —respondo sin haber leído nada acerca
de esa mujer.    
—Sí, ella es Sandra Sandoval,—me asegura. —yo he ido a los bailes que hace ella y realmente se mueve muy bien, qué mujer. —Finaliza.
Ya entiendo porqué esa mujer sale en la sección de espectáculos del periódico, solo sus vestimenta de colores chillones es un espectáculo para la vista, una cosa muy particular. No hay mejor sección para ella que la de espectáculos, pienso. Mi papá termina de depositar. Dejo de leer el periódico. El señor sigue inquieto caminando de un lado a otro. Ahora gracias a aquel señor de bigote prominente conozco a la famosa Sandra Sandoval, aunque sea por foto, porque tengo la certeza de que nunca asistiré a alguno de sus bailes, probablemente tan concurridos.

III

Estoy en el estudio escribiendo. Desde el estudio tengo visión hacia mi cuarto. Veo como mi madre entra tranquilamente a mi cuarto y va directo a mi guardarropa como si algo buscara, como si quisiera alguna prende de mi guardarropa. Al parecer no encuentra lo que busca y se empieza a inquietar, se desespera en su búsqueda mientras yo la observo por momentos sigilosamente y sigo escribiendo.  En efecto no encuentra lo que busca y me interrumpe. 
—¿Dónde está la camisa verde de cuadros que casi no usas?—Pregunta con voz angustiosa.
—Se la di a Piero—Respondo con voz serena.
—¿Para qué?— pregunta aún más preocupada.
—Para que la lleve a planchar (como no es costumbre, porque en mi casa casi nunca mandamos a planchar la ropa a ningún lado) con otro par de camisas más que quiero volver a usar —respondo.            
—¡Ángel, había guardado  mil dólares en el bolsillo de esa camisa y a ti se te va a ocurrir precisamente ahora mandar a plancharla cuando nunca lo has hecho! — Se exalta ella.
Quedo callado, culpable. Mi madre se apura en ir al lavamático. Va con Pierre. Yo me quedo esperando a que traigan de vuelta los mil dólares. Mi otro hermano está seguro que no vendrán con el dinero de vuelta, asegura que ya está perdido, yo permanezco callado, él insiste en que el dinero ya se lo deben haber robado. Piero y mi madre vuelven al rato, vienen tranquilos, sonreídos, la pequeña tormenta ha pasado, han encontrado el dinero. El muchacho que plancha se lo había dado a la dueña, una china notablemente honesta, que cuando mi madre preguntó por el dinero inmediatamente se lo devolvió completo. Al fin y al cabo mi madre no volvió con los mil dólares completos, el planchador se había ganado una recompensa por su honradez.

IV

Estoy en la panadería. Un señor, que tiene entre cincuenta y sesenta años, se me acerca (él me conoce y yo no a él), me extiende la mano y yo también se la extiendo sin problemas aunque sin entender su amabilidad. Sospecho que algo quiere, es un saludo interesado; no puedo pensar otra cosa.                                                             
—¿Cómo estás muchacho? —pregunta aun siendo amable. — ¡cómo has crecido! — Sentencia.           
—Creo que bien (siendo el crecer una señal de estar físicamente bien),—respondo mientras sigo pensando que el señor quiere algo, pero no sé qué es y dudo que sea el saber acerca de mi bienestar, pensando en cuándo me habrá visto chico y ahora ha notado que he crecido.                                                                                                        
—Me enteré que tu abuelo falleció,—me sorprende,—pero lo dice con algo de duda, esperando que yo le asegure lo que, al parecer, le han dicho y ha tenido la suerte de encontrarse conmigo para que se lo confirme y entonces soy yo el que por ahora ha confirmado que su saludo ha sido absolutamente interesado.
—Sí, falleció—respondo cortante, pero dándole el gusto y ya no me interesa seguir escuchándolo.
—Yo era muy buen amigo de él, lo conocía hace mucho— me cuenta y no me interesa— qué tristeza, se lamenta, y no le creo.
Escucharlo ahora me fastidia, me hincha los cojones. Es un hipócrita, pienso. Es seguro que no era buen amigo de mi abuelo. A mi abuelo lo saludaba mucha gente y luego murmuraba: ‘’no recuerdo donde haberlo conocido’’ y estoy seguro que si este señor lo hubiese saludado hubiese murmurado lo mismo, exactamente con las mismas palabras. No soporto al señor hablándome. Es un viejo entrometido, mentiroso y no lo sigo escuchando. Me voy sin despedirme. Está claro que él no pudo haber sido buen amigo de mi abuelo. ¿Qué buen amigo se entera de tu muerte un año después?

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