Un hueco en la cabeza

Me lo pienso dos veces antes de cortarme el cabello. Y es que no se puede estar gastando plata cada quince días en liviandades. Además siempre siento que tengo el cabello corto aunque muchos afirmen lo contrario. Los barberos no se resisten a decirme: manito, ¿corte? Necesitas corte, manito; pero yo seguiré pensando que no necesito tal servicio, que mi cabello está todavía corto, que no es necesario gastar la plata en eso, que podría estar un mes o dos más con el cabello como lo tengo en ese momento.

Una vez entré a una peluquería en un mall. Necesitaba un corte de cabello algo urgente. Hay veces en las  uno necesita verse mínimamente arreglado, de acuerdo a la ocasión, para evitar las burlas, el palabrerío venenoso, evitar frases como: debes arreglarte un poco más, deberías quitarte un poco de cabello, con el cabello corto se te ve mejor. Vi como buena opción esta peluquería llena de espejos, de posters con mujeres y hombres bien peinados y con aire europeo. No esperé mucho, el peluquero, bajito y regordete, me atendió con una amabilidad extranjera, me llevó hacia el lavadero, me invitó a sentar y empezó con un lavado de cabello. Nunca me habían lavado el cabello en una peluquería. Me avergonzó pensar que a lo mejor este tipo había optado por lavar mi cabello porque se encontraba en un estado deplorable. Cuánta amabilidad, pensé. Luego que terminó me llevo hacia otra silla grande y cómoda. Preguntó qué era lo que quería. Nunca sé bien qué quiero. Si hay algo que no quiero es un corte a la moda y si hay algo que quiero es no quedar cocobolo. Solo quítame algo de volumen, atiné a decir.

El peluquero no demoró en cortarme el cabello, pensé que ahí había terminado todo. Se fue un momento y volvió con un blower. Me asusté. Este tipo venía con ese aparato hacia mi. Me reservé decirle algo. El tipo llevó esa maquina a mi cabeza y empezó a levantarme el cabello hasta que quedé como un erizo carnavalesco. Luego me untó una crema espesa al cabello y siguió masajeando el cabello hacia arriba y yo estaba incómodo porque sentía el cabello duro. Terminamos, caballero, dijo.

Fui a la caja a pagar. Quería salir huyendo al baño para quitarme la crema espesa del cabello y que dejara de estar duro y hacia arriba. Doce dólares, dijo la muchacha. La concha de la lora, dije yo. Con dolor pagué los doce dólares por el corte de cabello y salí corriendo al baño porque me sentía ridículo con todo el cabello hacia arriba además de que me sentía asaltado por esa peluquería. Una locura pagar doce dólares por quitarte cabello.

A los quince días fui al mismo lugar en el que siempre me cortaba el cabello. En ese lugar el corte salía a menos de la mitad en comparación con el lugar al que había ido antes. Cuando el tipo terminó le pagué y hasta propina le deje. Cuando llegué a mi casa me di un baño. Cuando estoy frente al espejo volteo mi cabeza y resulta que tengo un hueco en la cabeza.