Llegas al lugar donde harás la
prueba. Solo te falta hacer la de manejo porque la de teoría, con un poco de
suerte, ya la aprobaste. Un seguridad moreno en la puerta, antes de entrar, te
pregunta, con voz firme, en qué te puede ayudar. Le dices que buscas hacer tu
prueba de manejo. Te revisa con su detector de metales (uno se siente aliviado
cuando te revisan y no hayan nada). Entras y te encuentras con una fila larga
que avanza con premura. Te piden tu carnet de migración. Todo en orden. Te
mandan al cubículo dos a esperar a que llamen al número del tiquete rosado que
te han asignado.
No esperas mucho. Te llama una chica guapa al cubículo dos y
te pide tus datos (tus datos están en el carnet). Te sonríe pícaramente, te
comenta que has tenido suerte, que ese mismo mes se vencía el plazo que tenías
para hacer la prueba de manejo. Sonríes y de nuevo te salvas. La chica, muy
afablemente apunta tus datos mientras te regala una mirada cómplice cada tanto.
Te toca esperar de nuevo.
Ahora tienen que llamarte para que hagas la prueba de
manejo. Llaman a un primer grupo y sigues a la espera, impaciente y algo
nervioso. Entonces te llaman a ti y otras tres personas. Te dan unas
indicaciones lógicas. Te dan quince minutos para buscar un carro y hacer tu prueba.
Lo encuentras, te dan las llaves y te echas a andar. Entras a la zona de
prueba. Antes intentas sobornar al instructor. No acepta porque llegan detrás
de ti los otros que también harán la prueba. Mientras esperas que te llamen el
sol quema tus pestañas. Eres el primero. No sabes si eso es bueno o malo.
Mientras el calor sofocante ayuda a que tus nervios se calmen, lo contrario al
frío. Lo haces. Has tenido suerte y no has tumbado ningún cono anaranjado, no
te has chocado, no se te ha apagado el carro o lo que sería peor, no has atropellado al instructor. Te dice que puedes
ir a caja a cancelar, es decir, has aprobado el examen. Pagas y de nuevo
esperas. Llaman a varias personas antes que a ti. Ya quieres irte. Tienes
sueño, hambre y el frió del lugar se apodera de ti. Por fin te llaman, pero no
tienen tu licencia lista. Te dicen que deben actualizar tus datos, que quizás
demore. Decides lo que más te altera, esperar, otra vez. Te piden el pasaporte y el
carnet de migración. Lo llevan con una mujer robusta mientras ella llama a la gente
con tiquete verde. No han pasado ni quince minutos y te acercas a la mujer para
preguntarle si demorará. Te dice que deben enviarle unos datos, que demora un
poco, que esperes. Te sientes tonto de esperar tanto pero lo haces, es lo que
toca. Pasan otros quince minutos y vuelves y preguntas si ya enviaron tus
datos, dices que no tienes tiquete verde. La mujer te responde que no importa,
que esperes. Le dices que vas a ir a comer algo y vuelves. Ella asiente y te dice que
vayas tranquilo. Vuelves y nada. Te sientas, te paras y te vuelves a sentar.
Decides ver las noticias de CNN que tienen puesta en el televisor. Ves de reojo
al cubículo dos y la mujer de sonrisa picara sigue ahí. Cuando ves las noticias
la mujer te hace un sonido con los labios. Volteas y de inmediato te pregunta
qué esperas, si ya te atendieron o nada. Te sorprende su amabilidad, te acercas
a ella y le explicas. De algún modo necesitas hablar con alguien, desahogarte.
Le cuentas y te retiras de ahí, ella tiene trabajo que hacer.
Entonces te llaman, ya enviaron tus
datos, te mandan a esperar a una ventanilla para que te den la licencia.
Volteas hacia el cubículo dos a ver si está la muchacha de sonrisa pícara, esta
ahí y le dices que ya, que terminó la espera y ella sonríe de nuevo.
Luego de eso todo se resume a una
espera de menos de diez minutos. Por fin te entregan tu licencia de conducir.
Caes en cuenta que no es una casualidad, ser extranjero e intentar sacar
papeles en este país es complicado, siempre hay que esperar. Esperar sin
refunfuñar y en silencio. Esperar con frío y con hambre. Esperar tu turno y un rato más. Esperar al fin y al cabo.