La mujer baja de su auto, es un Hyundai dorado. Tira un
cigarrillo a medio fumar a casi medio metro de ella y lo pisa, inmediatamente,
un escupitajo a no menor distancia.
Es rubia, de cabello medio largo y suelto. Es de tez
blanca, pero está ligeramente bronceada. Tiene puestos unos lentes oscuros que
ocultan quizás unos ojos acabados de llorar o en todo caso que la cubren del
sol que no es muy sofocante como de costumbre. La mujer no es muy alta o no es
alta, pero eso no es impedimento para notar que posee unos atributos deseables,
atractivos, pero sobre todo y esto es lo que más me llama la atención, posee
una belleza tranquila, natural. Lleva puesto una camiseta de tiras que dejan a
la vista de cualquiera percibir la firmeza de unos senos prominentes, blue jean
ajustado y sandalias.
La miro con asombro, ensimismado, porque a pesar de haber arrojado ese escupitajo feroz y ser claramente una fumadora la mujer no me produce una impresión desagradable, en cambio lo que me provoca es una extraña admiración, como si llevara escrito en la frente (o en el mejor de los casos en el pecho): ''Soy lo que soy, quiéreme o te vas a la mierda''.
Está sola. Es una chica inteligente. Las personas
inteligentes siempre están solas, pienso mientras la veo disimuladamente. Cierra
el carro mientras este hace un sonido extraño y camina hacia el centro
comercial. Camina a paso ligero, al parecer no tiene apuro, esquivando a los
hombres que la miran con ojos lujuriosos. Yo camino unos metros detrás de ella.
Parece ser que nuestro camino es el mismo. Dichosa coincidencia. Nos echamos a
andar, yo detrás de ella, claro está, como si la siguiera, tratando de que ella
no se dé cuenta.
Es encantador verla mientras camina. Primero ver su cabello rubio suelto que desemboca en su media espalda con finas ondulaciones. Sus hombros llenos de lunares y pecas contrastan con su bronceado y yo encantado de mirarla, de ver como camina, de presenciar a esa criatura ajena a mi moviéndose. Me ha dejado pasmado como hace tiempo una chica no lo hacía y eso me ha hecho recordarla a ella, a esa mujer que me fue esquiva hace un par de años.
Entra a la cafetería, pide una café. Yo pido un cappuccino
mientras espero a mis padres. La mujer se sienta, se quita los lentes, me deja
ver esos ojos color almendra hechizantes, revisa el celular, toma un sorbo del
café y hace un gesto de desagrado. No le gusta el café pero lo ha pedido para
sentarse ahí mientras espera a alguien. Yo tomo un sorbo de mi cappuccino y también
hago ese mismo gesto de desagrado, porque no lo había endulzado. La mujer
divisa el lugar, como buscando a alguien con la mirada perdida mientras intenta
tomarse otro sorbo de su café. Vuelve a revisar el celular y sin dudarlo echa
para atrás su silla, se levanta, coge su cartera, como el cigarrillo el café también
lo ha dejado ahí a medias. Mientras camina para irse pasa por la mesa en la que
estoy yo y me regala una sonrisa cómplice, pícara, como si supiera que por
casualidad la he seguido hasta ese café, que la he estado observado desde que
se bajo del auto. No cabe duda que es una mujer inteligente y sabe que jamás la
volveré a ver, por eso me regala ese gesto adulador. Quizás sea extranjera, no
lo sé. Lo único que sé es que mientras se iba la he seguido con la mirada y
pensado que esa mujer me ha recordado mucho a ella, a esa mujer que ya no esta
y que no sé donde esta.